Abdo Wigh |
—¡Mariano!
—¿Mari?
—Bueno, ahora soy María Luisa.
—¡Qué casualidad! ¡No me lo puedo creer! ¿De verdad eres tú?
—Sí, soy yo. ¡Dios! Estas igual que… ¿Cuánto tiempo hace? ¿Sesenta años?
—Sí, hará sesenta años. Tú estás mucho mejor. Te veo… ¡Fantástica!
—¡Siempre has sido un exagerado!
—Solo digo la verdad.
—Pues, gracias.
—Oye, este reencuentro me resulta muy chocante. ¿Quieres que tomemos un café o algo?
—¡Me encantaría!
—¿Aún tomas un cortado frío?
—Sí, ¿y tú? ¿Café solo con doble de azúcar?
—Sí, pero ya con sacarina. Mi médico es implacable.
—No sé ni qué decir, Mariano. ¡Cuánto me alegro de volver a verte!
—Yo también me alegro mucho, Mari.
—Dime, ¿estás casado, tienes hijos? ¡Cuéntame de tu vida!
—Sí, me casé con una mujer maravillosa que me dio cinco hijos. ¿Y tú?
—¡Qué casualidad! Yo también me casé y tuvimos cinco hijos preciosos.
—Mari, yo… Tengo que decirte que siempre te amé, no he podido olvidarte nunca.
—Mariano, hace mucho tiempo de eso, no te preocupes, todo quedó atrás.
—Para mí no, Mari.
—Éramos unos críos Mariano, pero me diste la vida. Yo no dejé de amarte nunca.
—Tú fuiste mi primer amor, mi gran amor, Mari. Aún me acuerdo de nuestro primer día.
—Fue el día que me enseñaste a besar, Mariano. El día de nuestro primer beso.
Se miraron arrobados y sonrieron con malicia. Luego se besaron con un liviano, pero amoroso, roce de labios. Mario le susurró al oído a Mari algo que había leído y se había aprendido para esa ocasión: «No somos las mismas personas este año como lo fuimos el año pasado; ni tampoco aquellos a quienes amamos. Es una ocasión feliz si, cambiando, seguimos amando a una persona cambiada». Volvieron a sonreír y se tomaron de la mano.
—Entonces, ¿celebramos nuestro sesenta aniversario, señora mía?
—Claro que sí, Mariano, amado mío.
El camarero de la cafetería de la Residencia, emocionado por la escena que acababa de contemplar, les puso delante un par de descafeinados cortos de café y el pequeño pastelito industrial «sin azúcar añadido» que ellos previamente habían sacado de la máquina dispensadora y le habían llevado para que se lo sirviera después de realizar la pantomima que llevaban representando cada año desde que ingresaron, juntos, en esa Residencia de ancianos. El día de sus respectivos cumpleaños y los de sus hijos, su aniversario de boda, las Navidades y otras fechas señaladas, las celebraban en familia con todos sus hijos, nueras, yernos y nietos, pero ese día, el de su primera cita, el aniversario de su primer beso, lo celebraban desde siempre ellos dos solos, sin decírselo a nadie. Era su día, solo suyo y de nadie más. Ni siquiera del camarero que había sido testigo de su felicidad y que les seguía sonriendo con envidia no contenida.
—Feliz aniversario, Mari.
—Feliz aniversario, Mariano.
AlmaLeonor_LP
Texto del VadeReto del mes de Octubre del blog Acervo de Letras.
Publicado en HELICON el 28/10/2024