Línea de fuego, reflejos dorados, sombras de luna, mar en calma, piel de almendra, cuerpo del deseo, inspiración de estío, agua vibrante, cabello azabache, gozo súbito, broche de oro a mi verano imaginado… Fotografía en ocre. Sí, este es el mejor.
Sentado en la antesala de aquel moderno despacho, frente a esa imagen de tres por dos metros, cientos de posibles títulos para una novela erótica se me pasaban por la cabeza. Creo que me estaba enamorando de ese cuerpo en penumbra surgiendo sirénido de las profundidades de un océano ocre. Ojalá hubiese conocido a esa mujer antes de terminar mi manuscrito. O su cuerpo. O su fotografía. Es inspiradora. No dejo de imaginarla en mis brazos al salir del agua, cubriendo sus hombros con una toalla blanca, dejando que su humedad se quede impregnada en mi ropa, abrasándome en su calidez desde cada poro de contacto. Si cierro los ojos hasta puedo sentir su aroma a salitre y juventud. Veo su boca acercarse a la mía y como la recorre luego con su lengua. Sabor a sal, humedad latente, calor tórrido, brazos de ola, caricia dorada, espuma de deseo.
Creo que acabaré marchándome de aquí si no me reciben pronto. Esa imagen me perturba y me sugestiona, no puedo dejar de mirarla y… escucharla. Sé que me llama, sé que me desea como yo a ella, sé que intenta enloquecerme con su brisa y con una risa que imagino lumínica, competencia desleal de un sol que no puede ni parecerse a su vivificante ensueño.
Pienso ahora que el libro que tengo entre las manos parece basura a su lado, no le llega a la suela de los zapatos ni a ella ni a su fotografía. Ese cuerpo describe más erótica que todo lo que yo llevo narrado hasta ahora, y eso que soy el que más publica de la editorial. Esta es mi obra definitiva, o eso pensaba. Un arduo trabajo entre novela y ensayo sobre el placer femenino y el deseo masculino. Un hombre y una mujer entregándose a los más insospechados juegos eróticos, una semana de desenfreno y lujuria sin otro cometido que practicar sexo y experimentar lubricaciones en todos los puntos de su piel. Un éxtasis celestial, el principio y el final de la existencia, desfallecer de placer, fundirse en efluvios sexuales sin fin. El infinito universo descrito en el lenguaje del sexo.
Sí, era mi obra definitiva. Ha bastado su cuerpo representado en una fotografía en ocre para echar por tierra todos mis años de escritor de novela erótica de éxito. Ya no sé qué hago aquí. Solo necesitaba una entrevista con la fotógrafa de moda en la ciudad para acordar una portada para mi obra. Ahora veo que la portada me ha encontrado a mí y está desterrando de mí ser toda mi experiencia practicando sexo, todo lo que yo sabía o imaginaba sobre el placer sexual. La deseo. Deseo a la mujer-imagen, a la imagen-mujer. Deseo su cuerpo dorado con una fuerza irrefrenable. Necesito tenerlo, amarlo, recorrerlo con mis manos y mi boca, poseerlo, hacerlo vibrar con mi miembro erecto. Cumpliendo el máximo exponente del sexo, desfallezco de deseo por ella.
No puedo seguir aquí. Tengo que novelarla, darle vida. Solo así podré hacerla mía.
AlmaLeonor_LP
Relato participante en el blog VARIETÉS
Publicado en HELICON el 21-08-2024
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