martes, 27 de agosto de 2024

QUIERO EL DIVORCIO

Martin Parr



Él era veinte años mayor que ella. Se conocieron en la Facultad de Derecho, Mariola era estudiante de primer curso y Rafael el típico profesor resultón, casado y mujeriego, que no dejaba pasar ni una oportunidad de magrearse con las jóvenes alumnas que pululaban a su alrededor como moscas. No era el único que lo hacía en la facultad, pero sí el de mayor éxito en aquellos años. Se fijó enseguida en Mariola. Su madura inteligencia, elegante belleza y esa cadenciosa manera de hablar le cautivaron. Ella no se le resistió ni un trimestre. Él no se le resistió ni un curso. Al empezar el segundo ya eran amantes oficiales. Para cuando llegó el Master Rafael se estaba divorciando y antes de la lectura de su tesis se habían casado.

Él nunca dejó de mariposear alrededor de alumnas, becarias, ayudantes, colaboradoras, colegas, camareras de hotel y hasta profesionales. Ella siempre fue consciente de todas sus veleidades sexuales, escarceos e infidelidades. Mariola sabía cómo era Rafael. Lo supo desde el principio, por eso se matriculó en esa carrera y no en otra, por eso se fijó en él y no en otro y por eso apostó su vida futura a una sola carta. Era el as de bastos, pero era un as, lo que estaba buscando, y lo manejó hasta conseguirlo, aunque Rafael presumiera ante todos de que ella fue un triunfo suyo. Siempre pensó con la bragueta abierta y la cartera cerrada, era tan ignorante que ni se daba cuenta de que tanto sus dos esposas como sus muchas amantes, aprendieron rápidamente como invertir esa ecuación.

Mariola se preguntaba a menudo si esa planificada vida que escogió tan temprano fue la más acertada. Pudo haberse casado con Fernando, el amor de su vida, un compañero de clase y luego abogado en el prestigioso bufete de Rafael, a quien rompió el corazón. Mantuvieron una relación clandestina varios años, pero nunca le dio una oportunidad y le abandonó antes de la boda. Rafael le hizo firmar un documento: ni hijos ni amantes. Lo primero, porque ya tenía tres con su primera mujer y que fuesen los únicos herederos había sido una condición del divorcio. Lo segundo, por la extrema e insana ambición de poseer algo que los demás no podrían tener.

Ella quería el éxito social y económico que le proporcionaría Rafael, formar parte de su buena y posicionada familia, disfrutar de su estatus, sus contactos y su dinero. Si el precio a pagar eran sus escarceos amorosos con cualquiera, estaba dispuesta a pagarlo. Aprendió a soltar cuerda y no decir nada cuando llegaba a casa oliendo a perfume femenino, con manchas de carmín en la camisa, con una factura de hotel en los pantalones, con una joya menor en el bolsillo de la chaqueta y hasta con una venérea que le mantuvo en tratamiento durante meses. Pero, al mismo tiempo, apretaba el correaje antes de que esos devaneos llegasen a ser una complicación para su matrimonio: se mantuvo joven y atractiva incluso sometiéndose a operaciones de alto riesgo, se enfrentó con amenazas y sobornos a las más ambiciosas de sus amantes, se dejaba seducir por los colegas de Rafael hasta hacerle rabiar de celos y le ofrecía sesiones de sexo que no podría encontrar en otras mujeres, sesiones que incluían juguetes eróticos, el consumo de estupefacientes, prácticas extremas al límite y tríos con scorts. Pero él seguía buscando fuera del matrimonio algo que ella nunca llegó a entender.

Rafael tenía un interés tóxico por las mujeres, lo suyo era más que sexo. Flirtear y sobetearlas, perseguirlas y seducirlas, obligarlas a rendirse a sus supuestos encantos, llevárselas a la cama finalmente, suponía para él una droga a la que no sabía ni quería renunciar. Pero también era consciente de que poseía a la mejor, Mariola era muy buena en la cama. Además, era sumamente inteligente, en ocasiones le ayudaba a tomar decisiones, sabía manejar situaciones complicadas y encandilaba a los hombres con los que se relacionaba en sus negocios. Rafael supo sacar rédito empresarial de todo ello, la mostraba en público como su mayor inversión en marketing, su posesión más preciada. Para evitar perderla por sus propios errores, también la obligó a firmar una renuncia a cualquier reclamación económica en caso de que fuese ella quien solicitara separarse.

Mariola lo soportaba todo solo por seguir con su planeada y bien posicionada vida. Una vida que llegó a asquearla hasta volverse insoportable. Y entonces empezaron las discusiones, las sospechas, los recelos y los escrúpulos, reproches que Rafael transformaba en insultos, humillaciones, menosprecio, desdén y violencia soterrada en caprichos sexuales que le pasaron una importante factura física. La más reciente visita al hospital fue el detonante: impuso límites en el sexo con su marido y dejó el tabaco, el alcohol, las pastillas y las operaciones de estética.

Sus apariciones en público, que siempre fueron sesiones planificadas para crecer en sus contactos y negocios, se habían ido reduciendo paulatinamente y Rafael ya no lograba llegar al final de las relaciones sexuales ni con pastillas ni con sesiones de porno ni con tríos pactados. Hacían una vida de casados de cara a la galería. Lo suyo no era un matrimonio, no se conocían, no hablaban, no disfrutaban juntos con nada. Sin la complicidad propia de una pareja, sin hijos, sin sexo, sin drogas ni medicamentos y sin esperar ya nada de esa supuestamente regalada vida, Mariola había llegado al límite de su resistencia.

Pasaban el verano en su chalet de Marbella, como habían hecho siempre. Allí, Mariola celebraba su cumpleaños. La última fiesta, la de sus cincuenta y cinco, fue todo un éxito social, hasta su marido se permitió perseguir a una invitada. A la mañana siguiente, tomando el sol en la playa, sentada al lado de un envejecido Rafael, se preguntaba si debía seguir soportando todo aquello. A esas alturas de su vida estaba muy cansada y solo sentía repugnancia por el hombre que ocupaba una silla playera a su lado.

Rafael seguía absorto en los desnudos a color de su revista, babeando cada vez que se le cruzaba una chica en topless y le miraba insinuante, quizá rastreando, persiguiendo el mismo sueño, la misma auto-trampa en la que ella cayó hacía ya mucho tiempo. Entonces, se volvió hacia él y con la tranquilidad que otorgan las decisiones muy meditadas, le sujetó por la muñeca y se lo dijo.

—Quiero el divorcio.

AlmaLeonor_LP

Relato participante en el blog VARIETÉS 

Publicado en HELICON el 27-08-2024

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