domingo, 24 de marzo de 2013

BOTELLÓDROMOS

BOTELLÓDROMOS


Puntualización propia al artículo de Elvira Lindo, “Algo Impopular”, aparecido hoy, 24 de marzo, en "El País".


Siempre estoy de acuerdo con Elvira Lindo. Aunque reconozco que en ocasiones me gusta puntualizar alguna parte de su artículo en la que he alcanzado una opinión particular. Y mi intención nunca es hacerle notar “flecos en su argumento”, como dice en su artículo que le ocurre a veces con cartas de lectores. Mi intención, simplemente, es exponer mi punto de vista, ni siquiera pretendo convencer a nadie.

Del tema de la "culpa" de la crisis ya he hablado muchas veces. No es esto de lo que quiero escribir ahora, sino del Botellón. En realidad de esto también he hablado muchas veces, y he resultado menos “in” como dice Elvira Lindo, que ella misma, pero es que quiero explicarlo una vez más, aun a costa de resultar “algo impopular”.

Dice Elvira Lindo que el dinero, “ese presupuesto que se destina a proteger a los participantes del evento y borrar la huella de la basura que dejan a su paso, pudiera dedicarse a algo más provechoso”. Es cierto, prepara zonas específicas para un botellón, enviar policía, servicios de protección civil y ambulancias, controlar el trafico, dotar de servicios de limpieza al día siguiente y todo el etcétera que pudiera conllevar organizar “este acontecimiento bautizado poéticamente como la Fiesta de la Primavera” (un botellón, quiere decir Elvira) para los jóvenes, podría gastarse en algo más provechoso. Estoy de acuerdo.

¿Estoy de acuerdo? En primer lugar diría que todo lo que se haga para los jóvenes no puede considerarse desaprovechado. Pero vale, concedo que un botellón no es precisamente “hacer algo por los jóvenes”. Entonces ¿por qué se dota un espacio público para ello? Debe ser… porque este evento del que Elvira Lindo habla, el que se organizó en Granada y cuya imagen “del día después” ilustran su artículo y el mío, era una Fiesta que los jóvenes demandaban (que se llame “de Primavera” es lo de menos, es la fiesta previa a las vacaciones).

“Es una tontería de argumento” me dirán, pero ya ven… a mi me parece más tontería (por no decir “sinvergonzonería”) dejar en manos de un empresario sin escrúpulos y unos servicios municipales inútiles la organización de una “Fiesta de Halloween”, sea lo que sea eso (yo no “celebro” esa fiesta). Pero claro, así da más dinero al erario público, a los políticos de turno, y al empresario afín. Aquí no se cuestiona si ensucian las calles adyacentes al evento, si hay que movilizar policía y servicios de protección civil, etc. Es más, aún tras los sucesos del “Madrid Arena”, nadie, ningún periodista, ha cuestionado “lo que se gasta en tal gilipollez”, como dice Elvira Lindo. Si esa fiesta no hubiese acabado en tragedia, nadie se hubiese preguntado si los chicos (algunos menor de edad, como se está viendo), bebían allí más de la cuenta o no.
¿Qué es lo que preocupa?, ¿Qué beban, o qué lo hagan sin pagar entrada a un local de ocio?

También pienso que otros dineros sangrantemente gastados podrían usarse en temas más provechosos. No es cuestión de hablar ahora de las Fiestas patronales de las ciudades, que solo faltaba dar argumentos a los alcaldes para suprimirlas, pero sin entrar en las cantidades destinadas festejos y actuaciones ¿Cuánto se gasta en policía, servicios de protección civil y limpieza, en fiestas como Fallas, San Fermines o Tomatinas, por poner algún ejemplo? ¿Más de lo que critica Elvira Lindo para los botellones? Seguro que si.

A lo mejor a muchos tampoco nos gustan los problemas que causan en nuestras ciudades otros eventos sociales como la Semana Santa por ejemplo: Calles cortadas, autobuses limitados y desviados de su ruta,  preparación de zonas para las procesiones, limpieza diaria de basura... Y si protestamos por ello somos tildados enseguida de intolerantes y anticatólicos como poco (muchas veces se nos insulta airadamente sin más). No se para nadie a pensar, pongo por caso, que protestamos porque también se nos perjudica, como a esos  “sosainas que no participaban en dicho evento cultural”, que quedaron “atrapados en sus coches” por las colas de vehículos que se dirigían a las afueras, donde el ayuntamiento granadino ha instalado el “botellódromo”. La forma de expresarse de Elvira Lindo es irónica, por supuesto, pero hay quien, como yo, también trabaja durante esos días festivos y sufrimos las mismas consecuencias. A quien no le gusta la Semana Santa, se le estigmatiza en este país. Tanto al menos, como al que participa en un botellón.

El botellón es un fenómeno reciente, dice Elvira “tradición española de unos veinte años de antigüedad”, mira por donde, más antiguo que el Halloween del Arena. En realidad beber hasta emborracharse es algo consustancial al ser humano desde tiempos inmemoriales. Se inventó antes la cerveza que el refresco Light (la coca-cola light se introdujo en los EEUU en 1982). Pero ahora, en esta ola moralizante que impregna actualmente todos los ámbitos (impera en todas las épocas de crisis, ha sucedido así durante toda la historia), beber, y todo lo demás, molesta.

Que un crío se emborrache (ya me gustaría a mi saber cuántos “críos” había en ese botellón, porque, al menos los que yo he visto, están plagados de jóvenes mayores de veintitantos años) no es plato de gusto para nadie, tampoco para sus padres, que conste, porque parece que en los artículos donde se habla de esto da la impresión de que no les importa en absoluto: “algunos padres de los que leen por la mañana el periódico mientras el hijo todavía duerme la mona suspiren pensando en ese mundo tan injusto en el que su chico no puede emborracharse acodado a una barra como está mandado y tiene que hacerlo, ay, a la intemperie”. A lo mejor es al revés en muchas casas, pero no es cierto. Preocupa a los padres, y mucho.

Sin embargo los padres también se emborrachan, y gritan, y se pelean, y ensucian. Estos chicos también han acudido a estadios de fútbol con sus padres, y han visto lo que allí se organiza: acotamiento de zonas, autobuses especiales, movilización de de protección civil, ambulancias y policía de todos los cuerpos, suciedad de las calles aledañas donde los hinchas van “dejando a su marcha un rastro de orines, vómitos y botellas de plástico”, violencia y vandalismo en muchos casos, lo que también origina gastos añadidos de reposición de mobiliario urbano… Ya me dirán si no son acaso estos gastos “una gilipollez”, que sería más provechoso utilizar en otras cosas.

Y también en Semana Santa se emborrachan padres e hijos en clerical armonía. ¿O es que me van a decir que nadie ha visto a los nazarenos y músicos de la cofradía bebiéndose hasta el vino de consagrar, antes y después de las procesiones? ¿O es que me van a decir que ninguna cofradía tiene su propio chiringuito de bebidas, cenas y comidas?  ¿O es que me van a hacer creer que en Sevilla no se acaban las procesiones bebiendo hasta quebrar la voz de las saetas?

No, los botellones no son un plato de gusto. Pero es muy fácil criticar a los jóvenes por ello y no ver la viga que les hemos puesto los mayores en los ojos. Solo hacen lo que ven. La solución no está ni en “sacar el bebercio de la ciudad y crear botellódromos” a las afueras enun solar muy bonito que hay a tomar por saco”, ni en prohibirlos. Pero mucho menos podemos basar la solución solo en culpabilizar de ello a los jóvenes. Como siempre, se trata de un ejercicio colectivo en el que muchos estamentos deben implicarse. La familia y los padres primero, pero la sociedad también. Si solo se potencia el consumismo y el ocio vacío, si no hay alternativas de otro tipo (no me digan que vayan al cine, al teatro o lean un libro, cuando en este país, antes que la cultura, se subvenciona la caza, las corridas de toros, el vino, o un Eurovegas), si solo se quiere sacar beneficio económico de cualquier actividad, si solo se trata de eso… no conseguiremos nunca solucionar un problema grave como es el abuso de la bebida en todas las edades. 

Porque se trata de eso ¿no?
AlmaLeonor